martes, 2 de junio de 2009

EL CULTO A LA EUCARISTÍA y origen de la fiesta del CORPUS

EL CULTO A LA EUCARISTÍA y origen de la fiesta del CORPUS

Artículo publicado por Antonio Marín Sánchez

A finales del siglo XII se apoderó de la cristiandad occidental el ansia de ver, contemplar y adorar la hostia consagrada. Este deseo surgió como reacción a las ya condenadas doctrinas de Berengario y los cátaro-albigenses que, de una forma u otra negaban la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Posteriormente, hacia el año 1212, Odón, obispo de París, emitió un decreto ordenando la elevación de la Sagrada Forma, tras las palabras de la consagración, para que fuera adorada por los fieles. Este decreto no hizo otra cosa que sancionar una costumbre ya existente pero ayudó a difundirla.

El liturgista alemán Mayer (1926) escribe: “Quien había contemplado la Hostia se encontraba externamente satisfecho e internamente justificado. Se llegó incluso a la aberración de que muchos, una vez saciado este irreprimible deseo abandonasen la misa, o que un grupo de exaltados entablasen proceso a un párroco porque les había señalado en el templo un sitio desde el que no se podía contemplar el rito de la elevación”.

Como consecuencia de querer ver las especies consagradas se fue introduciendo la costumbre de exponer y adorar el sacramento sobre los altares fuera de la misa.

La reserva de la eucaristía, concebida anteriormente como exclusiva necesidad para atender a enfermos y moribundos, se consideró ahora como un fin en sí misma, siempre en el lugar más digno y visible del templo, en el altar mayor, sirviendo como acicate al entusiasmo religioso y como fuente inextinguible de unión subjetiva entre Dios y el individuo.

Es fácil comprender que, desde entonces, se sucedieran con inusitada rapidez nuevas formas de culto litúrgico eucarístico. a) En 1264, el Papa Urbano IV instituye la fiesta del Corpus Christi. b) En 1279, se celebró en Roma la primera procesión pública con el Santísimo. c) En 1395, se introdujo la exposición permanente del Santísimo.

Esta “exposición” de la Hostia Consagrada se institucionalizó y se difundió universalmente a través de la devoción llamada de las “Cuarenta Horas”, uno de los ritos eucarísticos más populares de la Contrarreforma católica.

Esta liturgia provenía de una remota ceremonia consistente en que una de las formas consagradas en la misa del Jueves Santo, una vez finalizada la liturgia del Viernes, era llevada solemnemente, en procesión, a un altar o sitio dentro de la iglesia, al que se designaba con el nombre de sepulcro (Monumento). Este sepulcro era velado durante las cuarenta horas que se pensaba que Cristo había permanecido sepultado. En la alborada del Domingo de Pascua se sacaba la Sagrada Forma del sepulcro, devolviéndola al altar mayor donde era presentada al pueblo y con este rito se simbolizaba la resurrección

Este peculiar rito de la exposición de las Cuarenta Horas se difundió ampliamente a partir del siglo XVI por motivos de devoción, de reparación, de plegaria y otros fines o celebraciones diversas.

El papa Clemente VIII (1592 – 1605) relacionó esta piadosa costumbre con el Carnaval y la Cuaresma. El ejercicio de las Cuarenta horas comenzaba el domingo de Carnaval, con fines expiatorios, en la capilla papal e iba rotando de iglesia en iglesia durante toda la Cuaresma, de modo que se convirtió en una exposición permanente. Las distintas iglesias de Roma rivalizaban en levantar grandes aparatos escenográficos donde el Santísimo era expuesto en medio de nubes, ángeles y otras figuras alegóricas y todo el conjunto iluminado por centenares de cirios. Quizás el templo donde se erigieron los “apparati” más espectaculares fue el de los jesuitas, es decir, el Gesú.

La devoción al Santísimo y a las Cuarenta Horas se propagó rápidamente por todo el mundo católico, incluida naturalmente España. Su celebración ha dado lugar a las grandes fiestas y procesiones del Corpus. La producción artística, monumental, musical, literaria (Autos sacramentales) son incalculables, como las artísticas y riquísimas “custodias” y “torrecillas” que actualmente se exhiben en los museos. Merece especial mención la incomparable custodia-torrecilla de Arfe en la Catedral de Toledo. Son muchas las Ordenes Religiosas, iglesias, conventos y otras instituciones que se acogen a esta devoción del Santísimo Sacramento.

El Concilio de Trento coadyuvó, de forma definitiva, al afianzamiento y expansión del misterio Eucarístico. Este concilio condenó con severa energía la herejía de Zwinglio, que negaba la presencia de Cristo en la Eucaristía y también condenó como erróneas las opiniones de Lutero y Calvino sobre el carácter sacrificial de la misa, el sacerdocio de Cristo y el sacerdocio institucional y jerárquico dentro de la Iglesia.

La exaltación gráfica, escultórica y monumental del tema eucarístico en España fue abundante y significativa. Tenemos como ejemplos el Transparente de la catedral de Toledo, el Sagrario de la Cartuja del Paular y, en Granada, el sagrario de la Cartuja situado tras el altar mayor. En estos y otros monumentos eucarísticos, como afirmaba el jesuita Richoeme en 1601, aparecen “cosas y acciones muy notables de la Ley Natural y de la Ley Mosaica que sirven para demostrar, como prefiguraciones, la institución definitiva del Santo Sacrificio y del sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo”.

En algunas catedrales, colegiatas o iglesias mayores se construyeron o habilitaron las capillas más ricas y amplias para la instalación de los “Sagrarios” destinadas a la reserva y culto del Santísimo.

En Andalucía, a partir del siglo XV, se construyeron iglesias anejas a la catedral denominadas “Sagrario” y que funcionan como parroquias de dicha catedral.